Una
mirada de niño perdido
me llama, me busca,
su rostro, con pliegues, cansado,
en su cabello numerosas canas.
Su
interior es tan joven ¡un niño!
como la aurora que nace cada día,
como la flor que asoma su tallo,
y la gota que precede el roció.
Cuando mi mirada lo acuna,
tañen las campanas del templo,
apoya sus sienes en mi pecho
y un abanico de colores
siembra la tierra de luces.
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