La Isidora regordeta
se va a embarcar al Buseo 22:
¡vieran con qué zarandeo
va arrastrando una chancleta!

Que lleva un pie desocao
de resultas de un fandango,
en que le rompió el changango 23
en la cabeza a un soldao;

Y en esa noche con Brun
bailando la refalosa,
anduvo poco mañosa
queriendo hacerle el betún 24.

Sabrán que esta moza al fin,
no es porteña, es arroyera,
pitadora y guitarrera
y cantora del Tin tin.

Que vino de la otra banda
junto con los invasores,
y que sabe hacer primores
por todas partes donde anda;

Y que hace mucho papel
como güena federala,
pues se refriega en su sala
con la hija de Juan Manuel.

En fin, dicen que esta dama
del Miguelete se aleja,
y a mis paisanas les deja
los recuerdos de su fama.

También dicen de que al borde
ha estado de perecer,
y se quiere reponer
porque ha perdido el engorde.

Pues no le asientan los pastos,
y luego con la escasez
que hay por ajuera, esta vez
se ha fundido en hacer gastos.

Así es que bien trasijada
se retira la infeliz,
echando por la nariz
como suero de cuajada.

Un ojo le lagrimea,
del aire, dice Garvizo 25;
que para él es un hechizo
otro que le centellea.

El Andaluz se hace almiba
por agradar a Isidora,
que es muchacha seguidora
y nunca se muestra esquiva.

Así es que a la despedida
la acompaña una patrulla,
marchando sin hacer bulla
como gente dolorida.

Pero la Isidora marcha
sin demostrar sentimiento,
con un semblante contento
y más fresca que la escarcha.

Lleva el rebozo terciao,
airoso, a lo mazorquera,
y en la frente de testera
luce un moño colorao.

Marcha con aire gitano,
y una mano en la cadera,
que sacude sandunguera
con un garbo soberano.

Para lucir los encajes,
viste a media pantorrilla
un vestido de lanilla
colorao y sin follajes.

Ella no gasta bolsita 26
como gasta una pueblera;
pero carga una jueguera 27
y también su barajita.

Todo el cortejo se empeña
en complacerla al partir,
pero ella se quiere dir
y a todo bicho desdeña.

Casi se cai de barriga
el cirujano, en mala hora
se le clavó a la Isidora
el cuchillo de la liga...

Que lo levanta el galán
trompezando, y cariñoso
se lo presenta gustoso
a la prenda de su afán.

La Isidora lo recibe,
y exclama: -¡Cristo me valga!
antes perdiera una nalga
que no esta prenda de Oribe.

Con la cual he de volver
y a todas las unitarias,
de balde han de ser plegarias,
yo las he de componer.

¿Ha visto, dotor tuertero,
estas zonzas de orientalas,
que a todas las federalas
nos tratan como a carnero?

Esas mesmas que ahi están
faroliando en el Cerrito,
y haciéndole asco al moñito,
no sé lo que pensarán.

Pues mire, ¡a fe de Isidora,
me voy con sangre en el ojo!
y he de volver por antojo
con mi comadre Melchora;

Y a toda la que se piensa
que me ha de andar con diretes,
le he de cruzar los cachetes
y le he de cortar la trenza.

¡Moño grande! que se vea,
se han de poner a la juerza:
y a la que medio se tuerza
se lo he de pegar con brea.

¡Caray! si me da una rabia
el ver que a mí ¡a la Isidora!
quieran ganarle a señora
porque tienen mejor labia.

¡Y porque gastan corsé,
y gorras a la francesa,
ni levantan la cabeza
a saludar! -Ya se ve...

Aún no están acostumbradas
a la mazorca y tin tin,
pero de todas, al fin,
me he de reir a carcajadas.

Deje nomás que entre Oribe
y tome a Montevideo,
que hemos de tener bureo
como Rosas me lo escribe.

Conque ansina, dotorcito,
a todas digamelés,
que he de volver otra vez,
¡que me anden con cuidadito!

. . . . . . . . . . . . . . . .

En esta conversación
hasta la playa llegaron,
y en el momento mandaron
los rosines un lanchón.

Era preciso llevarla
cargada para embarcarse,
por no dejarla mojarse,
que eso podía resfriarla.

Entonces de la cadera
se la prendió el Andaluz,
y ella le gritó: ¡Jesús!
¡No me ruempa la pollera!

Con todo se la echó al hombro,
y hasta el lanchón la llevó;
y al dejarla suspiró
el tal Garvizo, ¡qué asombro!

Conque ansina desde ahora
es bueno que se prevengan,
y las orientalas tengan
¡cuidado con la Isidora!



Argentina - Corría el año 1807, en una carreta que iba de la ciudad de Córdoba a Buenos Aires, viajaba el matrimonio Ascasubi. Una tarde de ese viaje, a campo raso bajo la carreta, en medio de la dilatada Pampa, nacía Hilario Ascasubi. Era como si ese marco hubiera presentido su destino de poeta gauchesco.

Doce años después, Hilario parte enganchado en un buque con destino a la Francesa, de donde pasó a EE.UU. y donde vivió hasta que, en 1922, regresó a su patria; se radicó en Salta, donde publicó sus primeros versos como poeta autodidáctico.

Más tarde se hizo militar y participó en las luchas contra Rosas que lo obligaron a emigrar a la ciudad de Montevideo, donde se hizo panadero, con lo que logro obtener una fortuna que utilizó para seguir su lucha contra Rosas, a quien consideraba un tirano que conculcaba las libertades del pueblo. En Montevideo comienza su tarea de payador político, haciendo cantar a sus gauchos contra Rosas y reuniendo sus composiciones bajo el seudónimo de Paulino Lucero.

Regresa a Buenos Aires, lucha contra Urquiza con sus versos que firma con el seudónimo de Aniceto el Gallo. Estuvo con Mitre en la batalla de Cepeda, donde alcanzó el grado de Coronel. Fue enviado a París en calidad de diplomático, donde prácticamente se quedó a vivir. Es allí donde, en el año 1872, publicó sus obras completas.

En las dos primeras obras se reúnen gran cantidad de décimas, redondillas romances y composiciones de corte popular en las que, con vena feliz, el que se llamaba así mismo Agauchi-poeta argentino, hizo una poesía de campamento, atacando crudamente a sus enemigos políticos.

Este magnifico poeta, cultor del espíritu criollo, y amante de la libertad, incongruentemente muere en París, en el año 1875.

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