Amenaza de un mazorquero y degollador de los sitiadores de Montevideo dirigida al gaucho Jacinto Cielo,
gacetero y soldado de la Legión Argentina, defensora de aquella plaza.

Mirá, gaucho salvajón,
que no pierdo la esperanza,
y no es chanza,
de hacerte probar qué cosa
es Tin tin y Refalosa.
Ahora te diré cómo es:
escuchá y no te asustés;
que para ustedes es canto
más triste que un viernes santo.

Unitario que agarramos
lo estiramos;
o paradito nomás,
por atrás,
lo amarran los compañeros
por supuesto, mazorqueros,
y ligao
con un maniador 1 doblao,
ya queda codo con codo
y desnudito ante todo.
¡Salvajón!
Aquí empieza su aflición.

Luego después a los pieses
un sobeo 2 en tres dobleces
se le atraca,
y queda como una estaca.
lindamente asigurao,
y parao
lo tenemos clamoriando;
y como medio chanciando
lo pinchamos,
y lo que grita, cantamos
la refalosa y tin tin,
sin violín.

Pero seguimos el son
en la vaina del latón,
que asentamos
el cuchillo, y le tantiamos
con las uñas el cogote.
¡Brinca el salvaje vilote 3
que da risa!
Cuando algunos en camisa
se empiezan a revolcar,
y a llorar,
que es lo que más nos divierte;
de igual suerte
que al Presidente le agrada,
y larga la carcajada
de alegría,
al oír la musiquería
y la broma que le damos
al salvaje que amarramos.

Finalmente:
cuando creemos conveniente,
después que nos divertimos
grandemente, decidimos
que al salvaje
el resuello se le ataje;
y a derechas
lo agarra uno de las mechas,
mientras otro
lo sujeta como a potro
de las patas,
que si se mueve es a gatas.
Entretanto,
nos clama por cuanto santo
tiene el cielo;
pero ahi nomás por consuelo
a su queja:
abajito de la oreja,
con un puñal bien templao
y afilao,
que se llama el quita penas,
le atravesamos las venas
del pescuezo.
¿Y qué se le hace con eso?
larga sangre que es un gusto,
y del susto
entra a revolver los ojos.

¡Ah, hombres flojos!
hemos visto algunos de éstos
que se muerden y hacen gestos,
y visajes
que se pelan los salvajes,
largando tamaña lengua;
y entre nosotros no es mengua
el besarlo,
para medio contentarlo.

¡Qué jarana!
nos reímos de buena gana
y muy mucho,
de ver que hasta les da chucho;
y entonces lo desatamos
y soltamos;
y lo sabemos parar
para verlo refalar
¡en la sangre!
hasta que le da un calambre
Y se cai a patalear,
y a temblar
muy fiero, hasta que se estira
el salvaje; y, lo que espira,
le sacamos
una lonja que apreciamos
el sobarla,
y de manea gastarla.
De ahí se le cortan orejas,
barba, patilla y cejas;
y pelao
lo dejamos arrumbao,
para que engorde algún chancho,
o carancho.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Conque ya ves, Salvajón;
nadita te ha de pasar
después de hacerte gritar:
¡Viva la Federación!



Argentina - Corría el año 1807, en una carreta que iba de la ciudad de Córdoba a Buenos Aires, viajaba el matrimonio Ascasubi. Una tarde de ese viaje, a campo raso bajo la carreta, en medio de la dilatada Pampa, nacía Hilario Ascasubi. Era como si ese marco hubiera presentido su destino de poeta gauchesco.

Doce años después, Hilario parte enganchado en un buque con destino a la Francesa, de donde pasó a EE.UU. y donde vivió hasta que, en 1922, regresó a su patria; se radicó en Salta, donde publicó sus primeros versos como poeta autodidáctico.

Más tarde se hizo militar y participó en las luchas contra Rosas que lo obligaron a emigrar a la ciudad de Montevideo, donde se hizo panadero, con lo que logro obtener una fortuna que utilizó para seguir su lucha contra Rosas, a quien consideraba un tirano que conculcaba las libertades del pueblo. En Montevideo comienza su tarea de payador político, haciendo cantar a sus gauchos contra Rosas y reuniendo sus composiciones bajo el seudónimo de Paulino Lucero.

Regresa a Buenos Aires, lucha contra Urquiza con sus versos que firma con el seudónimo de Aniceto el Gallo. Estuvo con Mitre en la batalla de Cepeda, donde alcanzó el grado de Coronel. Fue enviado a París en calidad de diplomático, donde prácticamente se quedó a vivir. Es allí donde, en el año 1872, publicó sus obras completas.

En las dos primeras obras se reúnen gran cantidad de décimas, redondillas romances y composiciones de corte popular en las que, con vena feliz, el que se llamaba así mismo Agauchi-poeta argentino, hizo una poesía de campamento, atacando crudamente a sus enemigos políticos.

Este magnifico poeta, cultor del espíritu criollo, y amante de la libertad, incongruentemente muere en París, en el año 1875.

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