La bruma
espesa, eterna, para que olvide
dónde
me ha arrojado la mar en su ola de
salmuera.
La tierra a la que vine no tiene
primavera:
tiene su noche larga que cual madre
me esconde.
El viento hace a mi casa su ronda de
sollozos
y de alarido, y quiebra, como un
cristal, mi grito.
Y en la llanura blanca, de horizonte
infinito,
miro morir intensos ocasos
dolorosos.
¿A quién podrá llamar la que hasta
aquí ha venido
si más lejos que ella sólo fueron
los muertos?
¡Tan sólo ellos contemplan un mar
callado y yerto
crecer entre sus brazos y los brazos
queridos!
Los barcos cuyas velas blanquean en
el puerto
vienen de tierras donde no están los
que son míos;
y traen frutos pálidos, sin la luz
de mis huertos,
sus hombres de ojos claros no
conocen mis ríos.
Y la interrogación que sube a mi
garganta
al mirarlos pasar, me desciende,
vencida:
hablan extrañas lenguas y no la
conmovida
lengua que en tierras de oro mi
vieja madre canta.
Miro bajar la nieve como el polvo en
la huesa;
miro crecer la niebla como el
agonizante,
y por no enloquecer no encuentro los
instantes,
porque la "noche larga" ahora tan
solo empieza.
Miro el llano extasiado y recojo su
duelo,
que vine para ver los paisajes
mortales.
La nieve es el semblante que asoma a
mis cristales;
¡siempre será su altura bajando de
los cielos!
Siempre ella, silenciosa, como la
gran mirada
de Dios sobre mí; siempre su azahar
sobre mi casa;
siempre, como el destino que ni
mengua ni pasa,
descenderá a cubrirme, terrible y
extasiada.
Lucila Godoy,
conocida como Gabriela
Mistral, escritora chilena. Hija de un maestro rural, que abandonó el hogar a los tres años del nacimiento de Gabriela, la muchacha tuvo una niñez difícil en uno de los parajes más desolados de Chile. A los 15 años publicó sus primeros versos en la prensa local, y empezó a estudiar para maestra. En 1906 se enamoró de un modesto empleado de ferrocarriles, Romelio Ureta, que, por causas desconocidas, se suicidó al poco tiempo; de la enorme impresión que le causó aquella pérdida surgieron sus primeros versos importantes. En 1910 obtuvo el título de maestra en Santiago, y cuatro años después se produjo su consagración poética en los juegos florales de la capital de Chile; los versos ganadores- Los sonetos de la muerte- pertenecen a su libro Desolación (1922), que publicaría el instituto de las Españas de Nueva York. En 1925 dejó la enseñanza, y, tras actuar como representante de Chile en el Instituto de cooperación intelectual de la S.D.N., fue cónsul en Nápoles y en Lisboa. Vuelta a su patria colaboró decisivamente en la campaña electoral del Frente popular (1938), que llevó a la presidencia de la república a su amigo de juventud P. Aguirre Cerda. En 1945 recibió el premio Nobel de literatura; viajó por todo el mundo, y en 1951 recogió en su país el premio nacional.
En 1953 se le nombra Cónsul de Chile en Nueva York. Participa en la Asamblea de Las Naciones Unidas representando a Chile. En 1954 viene a Chile y se le tributa un homenaje oficial. Regresa a los Estados Unidos.
El Gobierno de Chile le acuerda en 1956 una pensión especial por la Ley que se promulga en el mes de noviembre.
En1957, después de una larga enfermedad, muere el 10 de enero, en el Hospital General de Hempstead, en Nueva York. Sus restos reciben el homenaje del pueblo chileno, declarándose tres días de duelo oficial. Los funerales constituyen una apoteosis. Se le rinden homenajes en todo el Continente y en la mayoría de los países del mundo.
La obra poética de Gabriela Mistral surge del modernismo, más concretamente de Amado Nervo, aunque también se aprecia la influencia de Frédéric Mistral (de quién tomó el seudónimo) y el recuerdo del estilo de la Biblia. De algunos momentos de Rubén Darío tomó, sin duda, la principal de sus características: la ausencia de retórica y el gusto por el lenguaje coloquial. A pesar de sus imágenes violentas y su gusto por los símbolos, fue, sin embargo, absolutamente refractaria a la "poesía pura", y, ya en 1945, rechazó un prólogo de P. Valéry a la versión francesa de sus versos. Sus temas predilectos fueron: la maternidad, el amor, la comunión con la naturaleza americana, la muerte como destino, y, por encima de todos, un extraño panteísmo religioso, que, no obstante, persiste en la utilización de las referencias concretas al cristianismo. Al citado Desolación siguieron los libros Lecturas para mujeres destinadas a la enseñanza del lenguaje (1924); Ternura (1924), canciones para niños; Tala (1938); Poemas de las madres (1950), y Lagar (1954). Póstumamente se recogieron su Epistolario (1957) y sus Recados contando a Chile (1957), originales prosas periodísticas, dispersas en publicaciones desde 1925. |
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