Todas las noches de aquel tiempo,
la voz lejana y misteriosa me llamaba.
Cuando las cosas se dormían,
el dulce canto en silencio despertaba.
Para escuchar lo que decía,
y yo interrumpía mis deseos y mis páginas.
Y con las manos distraídas cerraba el libro
y me apoyaba en la ventana.
La voz llegaba de tan lejos,
que en vez de oírla parecía recordarla.
Y era tan pura y tan hermosa,
que percibirla parecía profanarla.
Pero aquel canto me atraía,
y hubo una noche en que sentí que me arrastraba.
Y que hacia el bosque en que vivía,
con una fuerza irresistible me acercaba.
A cada estrella de aquel cielo,
la tierra fiel con una flor le contestaba.
Mayo reinaba dulcemente,
yo ya tenía corazón y era en España.
Llegue a la orilla de aquel bosque
cuando la noche era más bella y más profunda.
Y con el alma en cada paso
fui penetrando poco a poco en la espesura.
Entre los pinos soñolientos
el viento andaba como un niño entre las columnas.
Y en voz más baja que un suspiro
les preguntaba por el mar y por la lluvia.
Vagos rumores vegetales
estremecían la quietud Meditabunda.
Y delicados aleteos acariciaban
el silencio con ternura.
Pero el silencio iba creciendo,
pues esperaba el nacimiento de la música.
Y cada vez era más débil aquel susurro
de las hojas y las plumas.
Todas las cosas descansaban
con esa calma que precede a la hermosura.
Y de repente el bosque entero se
conmovió con una voz como ninguna.
Primero fue como una queja,
como un sollozo de cristal , como un gemido.
Luego un sonido entrecortado por el murmullo
Tembloroso de los pinos.
Más tarde un hilo melodioso,
luego una pausa y un Rumor, después el trino.
Y al fin el canto, el canto,
el canto del ruiseñor en el silencio conmovido.
Un canto limpio y armonioso,
cuyo fervor era el del aire sensitivo.
Y cuyas notas inflamadas resplandecían
como gotas de rocío.
Mas inventivo que el fuego,
su movimiento era El del alma y el del río.
Se deslizaba por el tiempo,
pero en la paz del corazón estaba fijo.
El canto ardía en el silencio
con el misterio de un lucero lejanísimo.
Impenetrable y luminoso
como un purísimo diamante pero vivo.
Cerrada estaba todavía
para mi frente silenciosa la belleza.
Y de repente, por el canto del ruiseñor,
tuve noción de su grandeza.
El gran amor que lo encendía
se desbordaba de su voz con inocencia.
Y algo del bien que yo ignoraba
caía en gotas de emoción en mi conciencia.
Entonces vi con toda el alma
que aquella voz era un destello de la eterna.
Que la pasión que la inflamaba
me daba el ser para que yo comprendiera.
Que aquel amor era la fuente del manso río
de mis Ojos y mis venas.
Y la raíz que alimentaba la voz del mar
y la canción de las estrellas.
Luego salí de mis sentidos
y me encontré desamparado en las tinieblas.
Y sin más luz que la del canto
me fui perdiendo en un olvido sin fronteras.
Y así, perdido para todos,
hallé el sendero de mi vida en aquel canto.
Tuve conciencia de mi rumbo,
supe la causa y el objeto de mis pasos.
Vi la razón de haber nacido, de amar la luz,
de ser feliz, de haber llorado.
De haber estado pensativo, de ver, de oír,
de comprender, de estar soñando.
Al despertar alcé los ojos
y no recuerdo si después junté las manos.
Solo recuerdo que la dicha
me hacia sitio con amor en su regazo.
El alba erraba por el bosque
con un dulcísimo rumor de pies descalzos.
Y ya se oía el de las cosas entre los trinos
cada vez más espaciados.
Luego cesó la melodía del ruiseñor
y se apagó la de los astros
Pero en mi frente silenciosa
la voz divina ya se había despertado.

Francisco Luis Bernárdez nació en Buenos Aires y vivió algunos años en España y Portugal. A su regreso al país trajo técnicas y tendencias adquiridas en Europa.
Su poesía es de gran inspiración religiosa y arte amatoria. Sus sonetos son considerados modelos antológicos en la poesía de habla castellana.
Publicó "Orto" (1922), "Bazar" (1922), "Kindergarten" (1923), "Alcándara" (1925), "El buque" (1935), "Cielo de Tierra" (1937), "La ciudad sin Laura" (1938), "Poemas elementales" (1942), "Poemas de carne y hueso" (1943), "El ruiseñor" (1945), "Las estrellas" (1947), "El ángel de la guarda" (1949), "La flor" (1951), "El arca" (1953) y algunas antologías de su obra.
Su libro más difundido y antológico es, por su originalidad y transparencia, "La ciudad sin Laura".

 

 
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