Sobran los cuerpos de la bella naturaleza, 
sobran también, los que por dinero se obtengan.
Un desliz, sobre el cariz de rostros manipulados, 
otro tanto, sobre un dinero que controla.

Oh, criaturas subyugadas,
despertad del yugo de vuestro amo 
aquel que cobró vida
por culpa de la razón,

Buscáis cautivar a vuestro amo, 
trabajando sin cesar,
esclavos de su misericordia,
con el fin de obtener un trozo de él.

Pero aquél es un tirano, 
oculto bajo el rostro adusto- 
de su cara y firme sello.

Esclavos, estrechadle la mano
y veréis cómo lo recibiréis:
con frialdad y tosquedad.
Sentiréis su aspereza, 
su incomprensión e indiferencia 
y su silencio que retorna en ignorancia.

Escuchad esclavos, 
y liberadse del yugo de vuestra voluntad.
¿Que no veis que esas cadenas
las ha formado vuestro cuerpo?

Yo una vez estuve en la caverna,
encadenado por la ceguera.
Entonces vino Platón,
y pronunció mi libertad: 
"No eres tú, ser autómata,
¿aquél que no quiere ver la luz?"

"Sirves a un tirano, frío y seco
que ofrece lo que te plazca
imponiendo sus sellos y valores.
Esas cadenas, son imaginarias. 
Sal a la luz, que pronto lo verás."

Entonces camino tembloroso,
con un nudo en mi garganta
hacia la luz exterior de formas
brillante en su haber
confuso en su obrar. 

Esos colores que irradian,
¿qué son respecto a mi ser?
Ergo el sabio contesta:
"Es la luz del alma,
que mantuvo prisionero
aquel tirano de tu ceguera.
Ahora yo te aconsejo:
sé feliz bajo el amor, 
libre albedrío de tus emociones.


 

Triste retrueno de rieles
anuncian la ida de seres queridos
con un lento venir,
con un sigiloso despedir.

Un agudo tintineo,
anuncia el tiempo
ya llegado a su fin
mientras viscosos humos de estribor
cubren vela sobre la reciente penumbra.

El cielo apagado,
opacado por la lejanía del tren
ya se aleja,
dejando atrás la amarga desolación
de llantos y murmullos.




Suelo andar por la tibieza de tu tormenta, 
como olas fatuas en un caminar violento.
No pestañees 
mi océano perdido, 
que cada cerrar de tus ojos,
sopla un alud de vientos, 
que me empuja hacia la lejanía.
La copa de cristal desliza de tus uñas bermejas,
en la tibia modorra de un sueño templado.

Sube a mi lecho oscuro, 
en la claridad de una cama de nubes.
De lo contrario, mi alma caerá-
caerá en el quebranto de un río de espuma 
cuando en el amor, los besos queman como la nieve, 
y en el letargo matutino el celo despierta.


Eitan Olevsky nació un 14 de marzo de 1981 en Lima, Perú. Su pasión por las letras lo llevó a escribir su primera obra literaria a los ocho años. A los quince, su interés lo llevó a extenderse también a la poesía y el cuento satírico. Ganador del primer premio en el género de cuento corto en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas durante el 2002, en la actualidad se prepara para la publicación de su novela "El Gran Maestro" a salir a mediados de septiembre del 2005.

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