La
escuela es la encargada de enfrentar al niño
con el complejo mecanismo de la escritura. No es,
por supuesto, la única responsable. Las etapas
posteriores de la educación tienen que seguir
perfeccionando esa técnica, lo que, lamentablemente,
rara vez hacen.
¿Qué
significa escribir?
Trasmitir
ideas y pensamientos, en forma coherente y correcta,
por intermedio de palabras.
Lo
que bulle en nuestros cerebros es, generalmente, mucho
más de lo que podemos expresar por escrito.
Tenemos, por lo tanto, que simplificarlo, podarlo,
descartar lo secundario, seleccionar lo imprescindible.
Y,
aún después de haber hecho todo esto,
hay que tener en cuenta que nuestro eventual lector
no piensa lo mismo que nosotros, tiene diferente cultura
(mayor o menor, según el caso), sus intereses
no coinciden con los nuestros.
No
es tan fácil el papel de los maestros. Trasmitir
a esas mentes que están evolucionando, el complejo
proceso de escribir resulta complicado.
Pero, hay que hacerlo y, cuanto mejor preparado esté
quien enseña para llevarlo a cabo, más
exitosos serán sus alumnos.
La
formación que han recibido los docentes en
cuanto a la enseñanza de la lengua materna
es escasa. Apenas si les han suministrado unos pocos
elementos, relativos a la teoría gramatical,
que, de nada valen, cuando se trata de enseñar
a escribir.
Se
ven enfrentados, entonces, a una ardua tarea, cuyos
resultados, buenos o malos, pueden ser fundamentales
en la vida futura de sus alumnos.
En
el mundo escolar, y también en el social, la
escritura desempeña un papel esencial.
Quien
no escribe, tiene vedado el mundo todo. No saber escribir
significa, también, no saber leer.
Cuando
se aprende a escribir, se aprende a leer. A medida
que el niño elabora determinado texto, lo va
leyendo. Tal vez, no lo haga con la intensidad y la
frecuencia que debería. Pero, lo hace porque
si no, pierde el hilo de lo que lleva ya escrito.
El
docente es quien debe trasmitir la idea de que hay
que leer, releer y corregir los trabajos, antes de
darlos por buenos.
Muchas
personas creen que quienes llegan a ser buenos escritores
nacen con ese don. Como se puede ser alto, bajo, rubio,
morocho, es posible nacer escritor.
No
es así. Trabajos de investigación hechos
al respecto, llegan a las siguientes conclusiones:
1)
Los buenos escritores son buenos lectores.
La lectura es, y seguirá siendo, el pilar fundamental
de la correcta escritura.
Cuanto más la escuela se dedique a ella, mejor
escribirán sus alumnos.
2) Los buenos escritores tienen siempre presente cuáles
serán sus posibles lectores y adecuan su lenguaje
a ellos.
Los maestros deben inculcarle al niño que no
se escribe de la misma forma si el destinatario es,
por ejemplo, un compañero, un amigo, la madre
o el director.
3) Los buenos escritores tienen un esquema mental
del texto.
Saben sobre qué van a escribir.
El niño no puede enfrentarse con una hoja en
blanco y empezar enseguida a escribir en ella. Es
necesario que piense sobre qué, exactamente,
tratará su texto. La conducción del
docente, es, como en todos los casos anteriores, imprescindible.
4) Los buenos escritores releen lo que llevan escrito
y lo modifican, si no están conformes con ello.
La escritura siempre es re-escritura.
5) Los buenos escritores revisan el texto cuando lo
terminan y no vacilan en rehacerlo si no están
conformes con él.
La enseñanza que el maestro imparta sobre este
aspecto es esencial: no importa rehacer todo un trabajo,
si el producto puede llegar a ser mejor.
6) Los buenos escritores consultan diccionarios comunes,
diccionarios de uso, diccionarios de dudas, gramáticas
y a cualquier persona que crean especialista en el
tema.
Es
importante que los docentes enseñen a dudar,
a consultar; que trasmitan, si es posible con el ejemplo,
que ninguno de nosotros sabe todo lo que hay para
saber.
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