4.
En el desarrollo de la trama, el recurso a juegos
extravagantes con el tiempo o con el espacio, como
hacen Faulkner, Borges y Bioy Casares.
5.
En las poesías, situaciones o personajes con
los que pueda identificarse el lector.
6.
Los personajes susceptibles de convertirse en mitos.
7.
Las frases, la escenas intencionadamente ligadas a
determinado lugar o a determinada época; o
sea, el ambiente local.
8.
La enumeración caótica.
9.
Las metáforas en general, y en particular las
metáforas visuales. Más concretamente
aún, las metáforas agrícolas,
navales o bancarias. Ejemplo absolutamente desaconsejable:
Proust.
10.
El antropomorfismo.
11.
La confección de novelas cuya trama argumental
recuerde la de otro libro. Por ejemplo, el Ulysses
de Joyce y la Odisea de Homero.
12.
Escribir libros que parezcan menús, álbumes,
itinerarios o conciertos.
13.
Todo aquello que pueda ser ilustrado. Todo lo que
pueda sugerir la idea de ser convertido en una película.
14.
En los ensayos críticos, toda referencia histórica
o biográfica. Evitar siempre las alusiones
a la personalidad o a la vida privada de los autores
estudiados. Sobre todo, evitar el psicoanálisis.
15.
Las escenas domésticas en las novelas policíacas;
las escenas dramáticas en los diálogos
filosóficos. Y, en fin:
16.
Evitar la vanidad, la modestia, la pederastia, la
ausencia de pederastia, el suicidio.
Adolfo Bioy Casares, en un numero especial de la revista
francesa L'Herne, cuenta que, hace treinta años,
Borges, él mismo y Silvina Ocampo proyectaron
escribir a seis manos un relato ambientando en Francia
y cuyo protagonista hubiera sido un joven escritor
de provincias. El relato nunca fue escrito, pero de
aquel esbozo ha quedado algo que pertenece al propio
Borges: una irónica lista de dieciséis
consejos acerca de lo que un escritor no debe poner
nunca en sus libros.
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